Discurso de Soledad Puértolas

DISCURSO DE LA ACÁDEMICA SOLEDAD PUÉRTOLAS
Cuando les dije a mis nietos que le habían dado mi nombre a un colegio público,
me miran con asombro, casi con incredulidad. Ellos, mis nietos mayores, van al
colegio Isabel la Católica, en el centro de Madrid. Tienen once y siete años. No
creo que sepan quién fue Isabel la Católica. Más tarde, al ver, en una fotografía
que el director tuvo la amabilidad de enviarme, las letras que componían mi
nombre, muy grandes, sobre la puerta del colegio, ya no parecían tan
asombrados. Apreciaron muy positivamente el tamaño de las letras y los colores
que lucen las paredes del edificio. Es sorprendente y envidiable la naturalidad
con que los niños acogen los cambios y novedades. Creo yo que ni mis nietos ni
los niños de este colegio que lleva mi nombre sabrían decir qué tenemos la reina
Isabel la Católica y yo en común para haber tenido el honor de dar nuestros
nombres a unos colegios. Excepto el hecho de que las dos somos mujeres, seres
humanos del género femenino. Pero, pensando un poco, sí tenemos otra cosa
en común. Isabel la Católica respetaba y amaba las letras, que se encuentran en
el centro de mi vida. Con todo, ella fue reina y está ligada a un período histórico
muy fundamental de nuestro pasado. Yo solo soy una persona que escribe, que,
por vagas pero profundas y poderosas razones, utilizo las palabras para construir
historias y universos que me ayuden a arrojar luz sobre nuestras vidas.
Desde los cuatro a los catorce años -¡diez largos años!-, de lunes a sábado,
desde primeros de octubre a finales de junio, he pasado muchas horas en los
muros de mi colegio, situado en la calle que hoy lleva el nombre de Paseo de
Sagasta y que ocupaba el terreno donde ahora se levantan unos grandes
almacenes. Era un gran edificio, provisto de jardín y de un extenso huerto. En
aquellos espacios se celebraban procesiones y fiestas, que se llamaban asuetos.
Por los anchos y encerados pasillos que recorrían el edificio desfilábamos las
alumnas, las manos entrelazadas en la espalda, en silencio, de la sala de estudio
a las aulas, a la capilla, al salón de actos, al refectorio. En las escalinatas que
descendían del edificio hasta el jardín, nos sacaron algunas fotografías. Allí
estamos, mis compañeras de curso y yo, con nueve años, quizá, y, en otro
momento, vestidas de primera comunión.
Ese fue el entorno que me tocó en suerte para empezar a conocer al mundo que
queda más allá de los límites de la familia. En los colegios no solo se enseña
geografía, matemáticas o historia. En ese ámbito, nos iniciamos en las reglas
sociales de comportamiento, experimentamos por nosotros mismos, sin la
protección ni la restricción propia de la familia, las categorías generales que rigen
la convivencia social. En el colegio se crean los primeros vínculos afectivos que
se establecen fuera del ámbito familiar.

He pasado horas y horas entre aquellos muros. Era un colegio religioso y estricto.
La educación, hoy en día, parte de otros principios y se enfrenta a retos mayores.
Aquel concepto de educación ha sido felizmente superado. No olvidaré nunca,
sin embargo, los lazos de afecto y amistad que forjé en aquel escenario y que
aún perduran y dejan constancia del valor que, dentro del ámbito del crecimiento
y de la educación, tienen los afectos.
Quiero decirles, también, que me siento parte de este proyecto. No ya de una
forma general -no soy pedagoga y mi experiencia como profesora, aunque
satisfactoria, queda enmarcada en casos aislados-, sino de una manera muy
concreta. Mi nombre está ahí, en las letras sobre la puerta y en otros lugares o
motivos del colegio. ¿Qué significa eso para mí? Es una llamada. Desearía poder
comunicar a todos los niños y niñas que están ahora en los primeros cursos del
colegio y que se convertirán, más pronto de lo que ellos piensan, en
adolescentes y luego en jóvenes en busca de un lugar en el mundo, la
importancia de cultivar, durante estos años, las facultades de la imaginación y
de la creatividad. No tengo más remedio que lanzar este mensaje, puesto que
soy escritora de ficción. La prioridad de los educadores es, desde luego, formar
personas con criterio. El sentido del bien y del mal, la justicia, la equidad, la
generosidad y la compasión son las bases de la educación. Una vez que hemos
establecido estos principios, hay que subrayar la importancia de la libertad
personal, de la imaginación y de la fantasía. Este ha sido siempre -desde mis
remotos y largos días escolares- mi terreno. Desde él me dirijo a todos vosotros
y me pongo a la disposición de los profesores y alumnos de este colegio.

Si algún niño o niña, ahora o en el futuro, se preguntan alguna vez quién es o
fue la persona que responde al nombre de este colegio, me gustaría que le
dijeran lo que soy, una escritora, una persona que ha hecho de las palabras su
mayor punto de apoyo para vivir, un apoyo que, muchas veces, no pisa terreno
firme, sino que se echa a volar.
En un día como este, en el que se hace oficial la inauguración del colegio, os
animo a todos a intentarlo.
Muchas gracias

Audios:

 Soledad Puértolas se declara en estado de shock por el orgullo de dar nombre a un colegio de zgz (http://www.aragonhoy.net/index.php/mod.podcasts/mem.detalle/id.38840)

Lambán expresa su orgullo por la académica Soledad Puértolas y otros (http://www.aragonhoy.net/index.php/mod.podcasts/mem.detalle/id.38839)

Informativos- Aragón TV

Noticias 2, minuto 10

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http://alacarta.aragontelevision.es/informativos/aragon-noticias-2-03032020-2030

A Soledad Puértolas también le gustan los insectos palo